lunes, 30 de marzo de 2015

GIRA, MUNDO LOCO


Acabo de regresar de Boston. Tuve que ir a principios de la semana pasada por trabajo y decidí quedarme unos días para conocer la ciudad y los alrededores. La verdad es que ha sido un viaje emocionalmente complicado, en el cual la gran carga de trabajo y el estrés se han mezclado con sentimientos encontrados, nervios por las cosas que están por venir y una sensación continua de desasosiego. Tanto es así, que pensé que me costaría mucho conseguir disfrutar de mi tiempo libre en la ciudad.

Además, llevaba un tiempo sin viajar por ocio, con lo cual a todo lo anterior se sumaba - por así decirlo - una cierta falta de costumbre. Por todo ello, em mi primer día libre me aventuré a salir a la calle con relativamente poco convencimiento. Boston, por su lado, me recibió gris y nublada... y aun así, sorprendemente agradable. Es una ciudad inusualmente bella, llena de buena arquitectura, elegantes monumentos y zonas verdes que - incluso con la nieve, los charcos y el frío - resultaban mágicas.



Tardé tan solo media hora en volver a ser yo misma: en ponerme de nuevo la piel de exploradora y convertirme una vez más en la viajera que siempre he sido. No se había ido a ninguna parte... era sólo que la pobre estaba enterrada bajo una montaña de responsabilidades no deseadas. Ya le tocaba salir a pasear.

En este semana me he enamorado tanto de Boston que he llegado a decir que la prefiero a Nueva York. Cualquier que me conozca bien entenderá la envergadura de esta afirmación. Pero es que cuando una ciudad consigue encantarte bajo un manto de nubes, lluvia torrencial y un día entero de nieve continua, es evidente que tiene algo especial.

Ayer, durante mi último día en USA, Boston me regaló un sol espléndido. No quedaba rastro de la nieve del día anterior, parecía mentira que se tratara de la misma ciudad, tan solo un día más tarde. Puesto que además era Domingo, la gente se lanzó a la calle y los bares y restaurantes se llenaron de grupos y parejas, disfrutando del tradicional brunch o tomando un café o unas cervezas. Había niños correteando en los parques y perros paseando con sus dueños, deseosos de disfrutar del día. La ciudad parecía contenta de estar viva.


Caminando entre la gente y observando sus idas y venidas, me puse a pensar en todas las historias que habitan todas las ciudades de este mundo. Las alegrías, las tristezas, los pequeños y grandes dramas de cada una de las almas que caminan sobre esta Tierra. 

Vivimos en un mundo cada vez más loco, en el que nieva durante todo un día a finales de Marzo, en el que se gastan millones de dólares en reuniones de dos días para hablar del compromiso de las multinacionales con el bienestar en el Tercer Mundo, mientras ahí mueren millones de personas cada minuto, esperando los resultados de ese compromiso. Es un mundo en el que un demente estrella un avión llevándose por delante las vidas de cientos de personas sin razón alguna.

Destrozamos vidas en nombre del progreso, gastamos dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos y cada día perdemos la noción verdadera de lo que significa la felicidad.

Qué difícil es a veces seguir viviendo... viviendo de verdad, cogiendo la vida por los cuernos y arriesgándonos cada día cuando el mundo no deja de demostrarnos que cada momento es un riesgo, que casi nada tiene sentido.

Y sin embargo, quizás ésa sea la única respuesta. Bukowski escribió: "Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al recibirnos." En un mundo en el que cada momento se puede convertir en una tragedia sin sentido, lo mejor que podemos hacer es seguir confiando, levantarnos cada mañana, poner un pie delante del otro, disfrutar del sol (y de la lluvia y de la nieve) y vivir de manera feroz... quizás ésa sea nuestra única posibilidad real de desafiar a la muerte.