lunes, 26 de julio de 2010

POR AMOR AL ARTE


Mi amiga Eva me ha sugerido esta mañana que escriba sobre la seducción. Aunque me ha parecido una idea preciosa, he tardado menos de dos segundos en saber con total certeza que ése es un tema que lamentablemente no puedo ni debo abordar. Os juro que no tengo ni idea del asunto. Y no es precisamente porque sea una ermitaña antisocial que no sabe cómo comportarse con el sexo opuesto (aunque me temo que sobre eso también tengo mis serias dudas). En realidad, es porque siempre he sido de la infantil y banal opinión de que la seducción y el amor no tienen reglas ni métodos que seguir, que son cosas que simplemente deben ocurrir, no cosas que debemos hacer. Una estupidez, lo sé. Mi (malísima) justificación es que no soy la única que piensa de este modo. Erich Fromm dice en su libro El Arte de Amar:

"¿Es el amor un arte? En tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno "tropieza" si tiene suerte? Este libro se basa en la primera premisa, si bien es indudable que la mayoría de la gente de hoy cree en la segunda."

Pues bien, yo siempre he creído en la segunda premisa y me temo que el libro de Fromm, que leí cuando tenía unos 24 ó 25 años, no lo entendí, o más bien no lo quise entender.

El caso es que la segunda idea de Eva esta mañana fue que escribiera sobre las musas. Mi curiosidad por el hecho de que mi amiga me hablara de estos dos conceptos de manera tan seguida, me llevó a recordar el libro de Fromm (que habla del amor como un arte, que hay que aprender, practicar y perfeccionar) y a relacionar esto con la implicación de mi propia vida con el arte.

Mi vida ha estado relacionada con el arte desde mi infancia. Cuando era pequeña, solía pintar al óleo (me temo que no era muy buena), luego mis padres me apuntaron a clases de gimnasia rítmica y, hasta que cumplí los 12 años, me doblaba y retorcía como si estuviera hecha totalmente de goma (qué tiempos aquellos - mi flexibilidad de adulta se ha visto considerablemente reducida). También estuve un tiempo aprendiendo a tocar la guitarra y la flauta. Y a los 13 años me subí a un escenario en el colegio y desde ese día hasta ahora, no me he vuelto a bajar de él. Cuando comencé a trabajar como actriz, decidí suplir por mi cuenta las carencias en la formación que estaba recibiendo, así que comencé a estudiar danza y canto para complementar mi oficio.

La danza no me resultó fácil. Sin una buena base de ballet clásico y habiendo comenzado a bailar relativamente tarde, ha pasado tiempo hasta que me he sentido cómoda en mi papel de bailarina. Pero el canto ha sido mucho más difícil todavía. Cargada con un trauma de hace años, una certeza de "no saber", de "no poder", mi voz se cerraba y yo me escondía para cantar a solas y evitar que alguien me pudiera oír. Se podría decir que no oí mi propia voz hasta que, por una de esos maravillosos encuentros de la vida, comencé a recibir clases de mi profesora actual, Silvina Tabbush (un ángel que me ha enseñado mucho más allá del deber de una profesora y una de las personas con más talento que conozco). Al igual que hice en su momento con la danza, he ido superando pequeñas y grandes barreras en cada clase, sin desistir, trabajando, desanimándome y volviendo a empezar y celebrando las pequeñas victorias cuando ocurrían.

Hace algunas semanas, me desplacé hasta mi clase de canto derritiéndome en el calor de 38ºC de este verano madrileño. Llegué agotada y somnolienta, bebí un poco de agua y comencé a cantar. Fue uno de esos días en los que el trabajo de todos estos meses se muestra, como un regalito envuelto en lazos y papel de seda y consigo cosas que nunca imaginé que podría conseguir. Recuerdo que dije: "¡Es magia!". A lo que Silvina respondió: "No es magia, es venir a clase con 38ºC de calor."

Y me di cuenta de que tiene razón. Todas esas "casualidades", los "días inspirados" en los que canto o bailo mejor que nunca, no son casualidades para nada. Son el resultado de todo mi trabajo, de mi perseverancia, de ese caer y levantarme y no perder la fe en mí misma y en mis posibilidades. Creo que sí es cierto que el arte tiene un gran componente de inspiración, de azar, que sí es cierto que hay días en los que las musas, esas diosas de las artes, te visitan y hacen que, por un momento, dejes de ser humano y te conviertas en una (pequeñísima) manifestación de Dios... Pero como decía Picasso, "cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando".

Entonces, ¿es posible que sea igual con el amor? Que cada encuentro que he tenido, bueno o malo, cada historia que he vivido, lejos de ser el resultado de un concepto adolescente de amor "mágico", sea el resultado de lo que he hecho hasta ahora, de mi trabajo personal y del hecho de seguir intentándolo y no perder la fe, aunque me caiga cientos de veces? ¿Es posible que Erich Fromm, psicólogo, psicoanalista y filósofo de renombre, tenga muchísima más razón que yo respecto a este tema? Madre mía, qué revelación...

Así que, con mi perseverancia y mi capacidad para amar a todos los niveles (y de paso, con mi capacidad para reírme de mí misma como arma de repuesto), del mismo modo en el que sigo yendo a clase todos los días, con calor, lluvia o nieve, del mismo modo en el que me he caído y me he levantado decenas de veces con mis producciones teatrales... de ese mismo modo debería abordar mis relaciones sentimentales.

Se me ocurre que puedo aprovechar la gran fortuna de tener la oportunidad de equivocarme y volver a empezar, de destruir y reinventarme a mí misma mil y una veces.

Aunque, también se me ocurre que Silvina tenía razón en aquel caluroso día, cuando me dijo: "Eso no es suerte. Eso es construir una vida".